jueves, 26 de noviembre de 2009

Anestésiame.

Salgo de casa con mi abrigo nuevo, mi bufanda, mi gorro, mis guantes y mis botas. El cielo está nublado y gris. El aire es frío y húmedo. El suelo está cubierto con un manto naranaja y amarillo. El viento huele a lluvia y hojas mojadas. Camino por encima de ellas, cerrando los ojos y respirando, disfrutando de las sensaciones y de los olores bien abrigada. Espero el autobús escuchando música, canciones en las que sólo se oye un piano -en las que el ser humano sólo se intuye porque es el que lo toca-, con una sonrisa dibujada en mis labios. Tranquila. Disfrutando. Entro en el autobús y veo que está lleno y que, a medida que se va adentrando por la ciudad, se llena más y más. Decido bajarme y llegar andando al trabajo. Es un día gris precioso. Por fín ha llegado el otoño a Madrid. Pero, de repente, recuerdo el día que es y el otoño se cuela en mi corazón tiñéndolo de gris. Madrid, hoy más que nunca, protégeme, déjame perderme en ti, cuídame y anestésiame.
©AC

sábado, 21 de noviembre de 2009

Jarrones rotos.

Una mañana más despertándome con dolor de cabeza y un extraño entre las sábanas. Joder, parece mentira, no aprendo. Desde que me fui de casa dando un portazo pese a que tú no estabas para oírlo espero que me encuentres ahogando mi pena en la barra de un bar. Por mucho que mire el teléfono no me llamas y yo me vengo de ti en labios que saben a cenicero y amargura, en brazos torpes y toscos que no me conocen ni me quieren. Pero ya he aprendido a aturdir mi conciencia con un par de absoluts y unas caladas de algo, es lo único que me queda porque ya no me quedan lágrimas que derramar por ti, ya no me puedes hacer daño porque no queda nada que herir. Sólo queda lo que ven, un recipiente vacío, roto y remendado para mantenerse en pie y para que al menos se pueda decir de él que es eso, un recipiente maltrecho y no uno hecho añicos en el suelo.
©AC

sábado, 14 de noviembre de 2009

Amanecer entre ruinas.

Quemando Madrid una noche más. De risas con los amigos, de copazos y bailoteos. Al final llegó quien tenía que llegar, por fin, después de estar varias horas mirando compulsivamente el móvil y el reloj. No hizo falta decir nada. Ya casi eran las siete cuando apareció. Se acercó, se cogieron de la mano y se fueron a ver cómo el sol se asomaba por los restos del esqueleto de aquél edificio incendiado y despertaba la ciudad.
©AC

lunes, 9 de noviembre de 2009

Por un milisegundo.

Llevaban tiempo diciéndoselo con la mirada pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso. Un roce de manos furtivo, una caricia robada, un beso de despedida en la comisura de los labios… Él apareció en el bar en el que ella le esperaba ver aparecer. Ella se armó de valor al ver su sonrisa cuando la vio. Se acercó a él con la mirada fija y le besó. Fue un beso esperado, dulce, sincero. Él la cogía de la cintura y ella enredaba sus dedos en su pelo. Abrieron los ojos. Los dos sonreían. Se besaron de nuevo y volvieron a sonreír. Y mientras se miraban a los ojos ella cazó ese milisegundo de duda y miedo en la mirada de él. A ella se le borró la sonrisa y a él también. Se había dado cuenta de que ella lo había comprendido. “Perdóname”, le dijo cogiéndola de la mano, pero ella ya se había dado la vuelta y se dirigía a la puerta. Él se quedó petrificado en medio del bar y se odió por dejarla marchar, porque nunca nadie había conseguido leer sus miradas, nunca nadie le había entendido como ella lo hacía. Y, mientras él se odiaba, ella caminaba por las calles de Madrid esperando que pasara un taxi, acompañada por las lágrimas que le enfriaban las mejillas, las estrellas y su soledad, mientras fumaba para acortar su vida un poco más.
©AC