Quemando Madrid una noche más. De risas con los amigos, de copazos y bailoteos. Al final llegó quien tenía que llegar, por fin, después de estar varias horas mirando compulsivamente el móvil y el reloj. No hizo falta decir nada. Ya casi eran las siete cuando apareció. Se acercó, se cogieron de la mano y se fueron a ver cómo el sol se asomaba por los restos del esqueleto de aquél edificio incendiado y despertaba la ciudad.
©AC
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