martes, 30 de marzo de 2010

Buenos días, Madrid.

Salgo con prisa y tarde de casa a trabajar porque se me han quedado pegadas las sábanas. He visto pasar mi bús a lo lejos, para qué correr si es imposible llegar a tiempo. Menos mal que viene otro que hace prácticamente el mismo recorrido. Subo. Está medio vacío. Voy hacia el fondo, como siempre. La última fila tiene 5 asientos. Miro de izquierda a derecha esa fila: el sitio de la izquierda del todo que está al lado de la ventana está ocupado, los dos siguientes libres, el siguiente ocupado por un hombre canoso con aspecto bohemio y el de la ventana derecha libre. Me sorprende que no se haya sentado al lado de la ventana. Levanta la vista al ver que me acerco y entiendo que está guardando un sitio. Me intriga. Me siento al lado del chico que está en la ventana de la izquierda, dejando un sitio libre entre el señor canoso y yo. El hombre mira insistentemente su teléfono móvil, envía mensajes, da toques. Llegados a una parada veo que se levanta para mirar qué personas esperan su autobús. Sorprendentemente, a mi altura, desde la acera, una mujer -joven para llevar ya el pelo blanco por las canas de aspecto hippy- se asoma para ver quién va en el interior de mi autobús. Sonríe y corre a la puerta para entrar antes de que el conductor cierre. La veo aercarse por el pasillo con los ojos fijos en el señor y con una sonrisa tímida en la boca, los ojos brillando y las mejillas ligeramente sonrosadas. Oigo cómo él pasa a ocupar el asiento de la ventana y le cede su anterior puesto. Ella se sienta, él la abraza. Sin decirse nada siguen abrazados, ella con la cabeza en el hombro de él y él con su cabeza apoyada en la de ella y el brazo rodeando su cintura.
No han dicho ni una palabra.
Llego a mi parada y antes de bajar les echo un último vistazo y se me dibuja una sonrisa en la boca al tiempo que suenan acordes de guitarra en mi ipod.
Qué bonita manera de empezar el día.

©AC

No hay comentarios:

Publicar un comentario