viernes, 16 de julio de 2010

Tres años y medio después.

Se despertó sobresaltada. No había sido una pesadilla, no. Había revivido el momento en el que todo cambió, en el momento en el que ella cambió para siempre.

Lo sigue viendo, como una película que se ha rayado, la vez que le vió marchar y cuando realmente supo que todo había terminado.

Plantada en la parada del bus de Sevilla, principio de línea del 150, y no se puede mover. Está ahí, congelada, mirándole a través de la marquesina. Ve su espalda. Ve cómo va caminando hacia Gran Vía hasta que se pierde por una callejuela. Ve su pelo, la capucha de su sudadera, su cazadora, sus manos en los bolsillos, la cabeza agachada. Ve cómo acelera el paso porque sabe que le está mirando mientras ella lucha por controlar las lágrimas mientras le arde la garganta. Todavía es capaz de sentir el calor de sus labios en los suyos mientras ve cómo se va rápido y sin darse la vuelta porque está igual que ella. Porque ha sido El adiós. El fin inesperado de una gran historia.

Tres años y medio después esa imagen sigue nítida en su memoria. Puede ver todos los detalles. Cómo iba vestido, cómo se reflejaba en el charco del suelo las luces de neón del Starbucks de la esquina... Puede revivir esa tarde de despedida. Tres años y medio después sigue sintiéndose abandonada cuando revive esos instantes. Parece mentira, tres putos años y medio después.

Y desde ese instante, no ha dejado de sentir ese vacío dentro de ella, no ha dejado de sentirse sola, no ha dejado de silenciar una parte de ella que pide a gritos un abrazo y que la quieran insonorizando todo con una buena capa de hormigón armado. Pero desde ese instante, tampoco ha dejado que se le acerque nadie pese al pánico que le da morir sola.
©AC

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