martes, 7 de febrero de 2012

Dulce despertar.

Me despiertan los rayos de sol que atraviesan las cortinas y que tiñen la habitación de azul. Sigo con la mirada uno de esos rayos y topo con tu nariz. Estás dormido. Te miro dormir y observo cada centímetro de tu cara. Tu frente, tus cejas, tus párpados, tus pestañas, tu nariz (adoro tu nariz), tus mofletes, tu barba de cinco días y tu boca. Tu boca... Esa boca que me enamora y enloquece. Esa boca con la sonrisa más bonita que he visto nunca. Sonrío. Te doy un beso. Ronroneas pero no te despiertas. Mejor. Así puedo seguir contemplándote. Vuelvo al rayo de sol y a tu nariz. Esa nariz tan divertida y respingona. Vuelvo a tu boca y paso a tus brazos. Esos brazos de jugador de rugby, fuertes pero no demasiado, son perfectos. Y al pensar en lo que siento cuando me abrazas me da un escalofrío y tiemblo. Me acerco a ti en busca de calor. Me meto entre tus brazos y vuelves a ronronear. Escucho los fuertes latidos de tu corazón. Me tranquilizan. Me anestesian de todos los males. Entre tus brazos, al ritmo de tu corazón y de tu respiración, sintiendo el calor de tu piel y de las sábanas - esas sábanas que huelen a nosotros -, me siento protegida, me siento en una nube. Quiero detener este momento y hacer que dure para siempre. Pensando en eso sonrío y beso tu pecho. Suspiras y te miro. Me encuentro tus ojos azules mirándome divertidos. Me sonríes. Tu nariz acaricia la mía. Te sonrío. Te beso. Me abrazas y yo desaparezco del mundo mientras tú desapareces en mí. 

AC

1 comentario: