lunes, 9 de noviembre de 2009

Por un milisegundo.

Llevaban tiempo diciéndoselo con la mirada pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso. Un roce de manos furtivo, una caricia robada, un beso de despedida en la comisura de los labios… Él apareció en el bar en el que ella le esperaba ver aparecer. Ella se armó de valor al ver su sonrisa cuando la vio. Se acercó a él con la mirada fija y le besó. Fue un beso esperado, dulce, sincero. Él la cogía de la cintura y ella enredaba sus dedos en su pelo. Abrieron los ojos. Los dos sonreían. Se besaron de nuevo y volvieron a sonreír. Y mientras se miraban a los ojos ella cazó ese milisegundo de duda y miedo en la mirada de él. A ella se le borró la sonrisa y a él también. Se había dado cuenta de que ella lo había comprendido. “Perdóname”, le dijo cogiéndola de la mano, pero ella ya se había dado la vuelta y se dirigía a la puerta. Él se quedó petrificado en medio del bar y se odió por dejarla marchar, porque nunca nadie había conseguido leer sus miradas, nunca nadie le había entendido como ella lo hacía. Y, mientras él se odiaba, ella caminaba por las calles de Madrid esperando que pasara un taxi, acompañada por las lágrimas que le enfriaban las mejillas, las estrellas y su soledad, mientras fumaba para acortar su vida un poco más.
©AC

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