jueves, 25 de febrero de 2010

Quiéreme.

- Quiéreme, dijo.

Me quedé rígido. Se me secó la boca. Tosí. Me desestabilizó. No venía a cuento. Estábamos en el parque disfrutando de los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles. Yo, sentado con la espalda apoyada en un árbol. Ella, con la cabeza en mi regazo y tumbada en el césped. Estábamos bien. Quedábamos cuando nos apetecía. Sin pulsos. Sin tensión. Estábamos bien juntos. Lo pasábamos bien juntos. Era agradable. Era un escape de todas las complicaciones cotidianas. Que quiero hablar contigo, te llamo. Que quiero verte, nos vemos. Sin complicarlo. Estando bien. Estando tranquilos. A veces nos veíamos varias veces en una semana, otras no sabíamos el uno del otro en días. No había enfados. No había tensiones. Estábamos juntos para pasar buenos momentos en la cama y fuera de ella. Estábamos bien así. No entendía a qué venía esa frase. Esa frase lo complicaba todo. Esa frase hacía que lo nuestro pasara de ser algo especial a algo cotidiano con complicaciones. No quería contestar así que me agaché y le dí un beso en la frente como respuesta.

Se incorporó, me miró fíjamente a los ojos y volvió a decir:

- Quiéreme.
- ...
- Jose, quiéreme. Necesito que me quieras.
- ¿Por qué?
- Porque yo te quiero. Ya sé que esto no debería haber pasado, que esto no formaba parte del trato, ya lo sé. Pero es lo que hay. Quiero estar contigo. Quiero que quieras estar conmigo. Quiero que me quieras, Jose. Quiéreme.
- Enara, yo...
- No te lo voy a repetir. Quiéreme.
- ...
- De acuerdo.

Se levantó y cogió sus cosas. Yo la miraba sin saber qué decir, sin saber qué hacer. Me miró con sus ojos verdes, me sonrió y me dijo:

- Gracias por todo, ha sido un placer.

Se giró y se fue. Ví cómo se alejaba poco a poco hasta confundirse con la gente. Yo seguía ahí sentado sin decir nada con mi pose de insensible cabrón mientras me ardía la garganta. No volví a verla nunca más. Lo peor de todo es que no sé por qué no me moví, por qué no reaccioné, por qué no dije nada porque yo, yo también me moría por decirle "quiéreme".
©AC

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