viernes, 9 de julio de 2010

Las canciones ya me las sé; su historia, no.

21:34 del 22 de abril de 2009.

Estación de metro Bilbao, línea 1.

Andén con dirección a Pinar de Chamartín.

El próximo tren llegará en 2 minutos.

En el ipod suena Nice thick feathers, de Russian Red.

EL TREN VA A EFECTUAR SU ENTRADA EN LA ESTACIÓN. DEJEN SALIR ANTES DE ENTRAR.

Me levanté con los últimos acordes. Ya sentía el traqueteo del tren en el suelo, notaba cómo corría el aire por el túnel. Ahí estaba. Me coloqué en el punto exacto donde sé que quedará una de las puertas.

Entré como una madrileña más en el vagón de metro con los ojos fijos en mi objetivo: ¡Asiento libre en hora punta! Me senté sin mirar a mis vecinos, me coloqué el bolso encima de las rodillas y, encima de él, el diccionario bilingüe de italiano-español que acababa de comprarme.
- ¡Qué libro más gordo! ¡Déjalo para leerlo este verano, niña! - oí que me decía una voz desde mi derecha a pesar de llevar puestos los cascos del ipod.
Me giré. Me golpeó un cierto aroma dulzón. Me encontré a un hombre canoso, con la piel curtida, las manos agrietadas. Y unos ojos. Unos ojos verdes, cristalinos, unos ojos que me sonreían y miraban divertidos mi gran libro.

- No, señor, no es un libro, es un diccionario.
- Ah. ¿Y para qué quieres tú un libro tan gordo? - insistía.
- Pues porque lo necesito para traducir.
- Ah, ¿sí? Creí que eso de traducir era hablado.
- Bueno, sí, pero también de lo que está escrito.
- ¿Y qué traduces, niña?
- Libros, películas, contratos… Lo que la gente necesite.
- Vaya. Libros, ¿en serio?

Le sonreí y asentí.

Oí unas risas de unos chicos de mi edad que debían estar pensando cosas del tipo “¡Joé, con el viejo!”, “Menuda le ha caído a la pobre. Qué pringada, qué tío más pesao.” Les miré con una mirada entre sorprendida y enfadada.

Será porque mi abuela, mi Abá, mi Abaíta de mis amores, mi ratulinet, se apagó sin hacer ruido en octubre, y la echo de menos horrores, y que me acuerdo de cuando me contaba sus historias de la Guerra Civil, de cómo la vivió, de qué fue lo que sintió, y de cómo a veces me desesperaba cuando me contaba historias que había oído una y mil veces, pero que me encantaba bajar un par de pisos para verla y estar con ella, y oír su voz, esa voz que tanto echo de menos, que tanto me falta, esas historias que pagaría por volver a oír. Ya me daba cuenta cuando la fui viendo marchitarse, aunque a veces ella me pasara sus nervios a mí, pero al escucharla a ella deseaba poder revivir a mis abuelos y preguntarles cómo lo vivieron ellos, “Oye, Avi, ¿cómo fue la batalla del Ebro? ¿Cómo conseguiste escaparte? Cuéntame tu historia, ¿Cómo te sentías? ¿Cómo fue cuanto volviste a casa?” Cuéntame cómo, cuéntame qué, cuéntame cuándo. Cuéntame cómo te convertiste en arquitecto, en ese arquitecto que se asoma por las calles de Madrid cuando viajo en bus, y te asomas y te siento más cerca y siento que sigues ahí a pesar de haberte ido hace tanto tiempo, y que sigues atentamente la evolución de esa nieta que, cuando tenía apenas unos meses decías, “Esta niña es lista, muy lista”. Y tú Aitá, cuéntame por qué te dejaron la pierna así, ¿fue aquí, en la cárcel? ¿o fue en Rusia? Cuéntame cómo llegaste a las olimpiadas de invierno, cómo fuiste un abanderado pese a tu cojera. Maldita guerra, maldita. Y tu Amá, dime, cuéntame, quiero saber por qué eras como eras. Quizás por todo eso necesito escuchar historias para conocer lo que forma parte de mí y que no podrán contarme, me encantan las historias que rellenan los espacios de la Historia contada por los libros, es mucho más intima, más ilustrativa, más impactante, son más que números y fechas, son vivencias y sentimientos.

Sea por lo que sea, les miré muy molesta y se callaron. Volví a mirar a mi memoria histórica viviente.

- Ay, ¿sabes que lo que haces es muy importante? De verdad, es importante.

Y me lo decían unos ojos sinceros, acuosos, que me emocionaron. Por primera vez en meses sentí que de verdad tenía cierto sentido estudiar traducción. Ya me lo decía mi Abá pero no le veía mucho mérito, la verdad. Ya entiendo por qué, y me hizo sentir especial, por ti mi Abá, por vosotros… Ayudo a los demás a comprender cosas que están en otros idiomas, que no podrían entender, soy un puente, son una pieza esencial para unir culturas.

- Yo no pude estudiar porque me pilló la guerra.

Silencio, le brillaron más aún los ojos. Sentí cómo todos sus recuerdos pasaban por delante de sus ojos y le encogían el corazón. Me entraron ganas de abrazarle. Qué abrazona que soy, ya me lo dice mi hermana.

- Sabes -siguió-, es curioso cómo se nos quedan unos recuerdos y otros no. Cómo a veces se nos vienen a la cabeza recuerdos buenos y malos, con solo un olor, con una sensación.
- Y tanto - contesté.
- Yo tenía sólo dos añitos y medio, y recuerdo estar en la casa con mi padre y mis tíos. Y que ellos estaban muy nerviosos. Y me escondieron en un baúl de la casita y me dijeron que me tenía que estar muy quietecito, muy callado y no hacer ruido, porque iba a venir el hombre del saco y no me tenía que encontrar. Yo me quedé ahí, con mis dos añitos y medio, creo que estuve tan quieto e hice tan poco ruido que por un momento desaparecí del mundo. Luego volvieron mi padre y mi tío, pero mi tío Pedro no estaba. Mi padre, Antonio, y su hermano, José, estaban muy nerviosos. Mi tío fue a por mi hermano. Yo no sabía muy bien qué hacer y no entendía qué estaba pasando. Mi padre y mi tío hablaron nerviosos y luego se despidieron. Y ahí, en medio de la noche, mi tío nos subió a mi hermano y a mí en el borriquito y nos lanzamos a la carretera lloviendo, nos íbamos a Madrid.

Me miró, yo estaba emocionada, nerviosa, me latía el corazón rápido. Cuántas vidas rompió esa guerra. Maldita guerra, maldita.

- Mi padre no vino porque era capataz en una mina, y estaban cavando a 300 metros una piedra muy dura, tú no la conocerás, pero era una piedra negra muy dura. Y hubo un accidente. De eso me enteré mucho después.
- Vaya.
- Sí, esas cosas pasaban sabes, no había la seguridad que hay hoy.
- …
- Como te decía, a mí me pilló la guerra y no pude estudiar. Pero habría sido un buen estudiante porque tengo cabeza, sabes, mis hijos son listísimos, y mis nietos son superdotados. Mi hija.. ¡Ay, mi niña! Una niña rubita, con los ojos claritos, preciosa. Así como tú. Que tenía una cabeza increíble, era superdotada, sabes, se la llevaron a estudiar a Finlandia, fíjate, ¡a Finlandia! Cuando volvió parecía una muñequita con sus ropas y su pelo… Pero luego un amigo suyo la enredó en la droga y ya no salió y se me fue.

Se me encogió el corazón.

- Lo siento muchísimo.
- La droga es muy mala, hay cosas muy malas en este mundo. Yo si hubiera podido habría estudiado, y lo habría hecho bien, tengo cabeza, incluso ahora con mis sesenta y tantos. Leo mucho sobre las cosas de la mente, las enfermedades mentales, me interesa mucho. Mi hija estudió esas cosas. También he leído cosas de la Cienciología esa, pero yo sé diferenciar entre el amor y la adoración, entre lo mío y lo de los demás, entre lo que necesito y lo que no. Mi madre siempre me llamaba “humilde”. Durante toda mi vida sólo he buscado lo necesario para sobrevivir. Yo soy feliz con mis tierras, mis huertecito con mis árboles, mis limoneros, mis naranjos, no necesito más. Cuando no puedo más, salgo al jardín, cierro los ojos y respiro y doy gracias por seguir aquí, por tener ese trocito que es mío y sólo mío, mi pequeño lugar en el mundo que me trae paz.
- Debe ser precioso.
- No tanto, pero es mío, es mi rincón, es mi paz.
- …
- Bueno te dejo que seguro que las historias de este viejo no te interesan nada, ponte tu música, te dejo tranquila.

Y no quise. No quería que dejara de hablar así que me negué, con cierta brusquedad pero con toda mi sinceridad:

- No, señor, las canciones ya me las sé; su historia, no.

Y otra vez esos ojos emocionados, que me emocionaron a mí también con su emoción. Unos ojos que reflejaban gratitud, me entraron ganas de llorar. Qué blanda que me he vuelto, pero no lo puedo evitar. La historia me toca, a las personas mayores las admiro, todo lo que han pasado, como se han superado, cómo han sobrevivido, gracias a su sacrificio y su trabajo puedo tener lo que tengo hoy. Me emociona y me desgarra el alma. Malditas guerras, malditas. Pienso en todo lo que les debemos a esas personas de las que los jóvenes se ríen, creo que en mis anteriores vidas he debido vivir aquello: Roma, el desembarco de Normandía, la guerra entre hermanos... Algo se mueve dentro de mí con esos temas, una parte de mi ser se rebela, revive. Me emocionan aquellos que sacrificaron su vida por la libertad de la que disfruto, me emocionan y estoy eternamente agradecida. Y me gusta conocer la Historia y contársela a todos aquellos que no la pudieron estudiar.

- La vida pasa, pero hay que disfrutarla. Yo ahora estoy más triste, porque veo cosas que me entristecen. Sobre todo por la noche. Yo cuando me voy a dormir me voy muy triste, ya me lo dice mi mujer, pero pienso en todo el día que he pasado y en la noche, todo es negro por la noche, y me da miedo. Y cuando me despierto por la mañana y veo que sigo aquí, doy gracias por tener un nuevo día por delante, una nueva vida que vivir.

Otra mirada. Corazón encogido. Estoy emocionada. Necesito un abrazo. Qué abrazona que soy, ya me lo dice mi hermana.

- ¿En qué estación estamos ya?
- Vamos a llegar a Plaza de Castilla.
- ¿Ya? ¡Qué rápido! Pues yo me bajo aquí, chiquita. Muchas gracias. Espero que todo te vaya muy bien.
- Gracias, señor, cuídese y que le vaya muy bien.

Sus ojos me sonrieron, se dio la vuelta, se fue.
Y ahí, en estación de Plaza de Castilla de la línea 1 del metro de Madrid, me abandonó un trocito de la Historia que me dejó con el corazón encogido, con ganas de un abrazo y con unas lagrimitas que luché por controlar.

Quién me iba a decir a mí que un diccionario me iba a regalar toda una historia.

Quién me iba a decir a mí que encontraría un tesoro en el metro de Madrid.

©AC


1 comentario:

  1. Me encantó!

    Por que demos la oportunidad a todos los niños de hacer historia y escuchemos a los mayores que tienen su gran historia para contarnos!!!!

    Fafa

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