lunes, 11 de abril de 2011

Confesiones de un hombre en la cama.

Ahí, sentado en el borde de la cama mirando el cuerpo atado entre las sábanas, se rompe:

- Sabes, la primera novia que tuve... La única que realmente he tenido y a la que realmente he querido - siento decírtelo, pero sabes que es cierto, tú no has sido más que un peón -, se parecía mucho a ti. Os parecéis mucho, ahora que lo pienso...

Calló durante unos instantes, ensimismado, mientras acaricibia su pelo largo y suave y hacía caso omiso del miedo que ahogaba su mirada.

- Era una chica extraordinaria. Risueña. Sonriente. Su sonrisa... Su sonrisa y la sonrisa de sus ojos... Era increíble. Increíble. Según me contó una vez, se lo decían desde pequeña: en el colegio, en el instituto, en la universidad, en el trabajo... En su anuario todos le pedían que nunca perdiera su sonrisa, ¿sabes? Es cierto, yo lo leí, me lo enseñó una vez... Se paraba el mundo con su sonrisa. Esa que a ella no acababa de gustarle del todo. Ya ves tú qué tontería, ¿eh? Era la sonrisa más bonita que he visto jamás, la más sincera, inocente y pura. Me alegraba el día, la semana..., el corazón. Yo, cuando la conocí, un día que nos cruzamos por los pasillos del instituto, estaba en un momento de crisis. Siempre estoy en crisis. Ella decía que soy un alma en pena... Quizás no tuviera razón entonces pero desde luego que hoy sí la tendría... Como te decía, siempre estoy en crisis, pero esa era especialmente aguda. Ella, como te he dicho, era lo contrario a mí: extrovertida, alegre, risueña..., en una palabra, era feliz. Se fijó en mí. Decidió arreglarme. Lo consiguió..., casi. Fui feliz. Fui muy feliz o, al menos, todo lo que yo puedo llegar a serlo. Era mi estado de felicidad absoluta, el máximo al que yo puedo llegar. Ella sabía que había sido mi salvavidas pero que había cosas que no le había contado y, para qué negarlo, ella sabía perfectamente que no se las contaría jamás. Yo desaparecía semanas sin dar señales de vida. Ella sabía que había otras. Sin embargo, a pesar de ello, siguió ahí, a mi lado, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Siguió protegiéndome con sus brazos cada noche que despertaba empapado en pesadillas... Siempre estaba ahí. Hasta hace tres meses.

Volvió a mirar a la muchacha que le miraba y lloraba aterrada desde la cama sin poder moverse. Le acarició la mejilla con la hoja de la navaja y le dio un beso tierno, con el sabor húmedo y ligeramente salado de las lágrimas.


- Sé que tu no tienes la culpa de nada... Lo sé. No sabes cómo siento hacerte esto, de verdad. Pero él se llevó todo lo que yo tenía y tú eres la mejor forma de desgarrarle y traerle hacia mí.

AC

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