martes, 1 de diciembre de 2009

Ocaso romano.

Volaban las hojas secas por encima de su cabeza desde los árboles a orillas del río hasta amerizar en las aguas del Tevere. Ahí estaba, en el puente que daba al Castel Sant'Angelo, mirando hacia el Vaticano, viendo la puesta de sol y los dibujos de las bandadas de estorninos al volar. Sintiendo la brisa en la cara recordó la primera vez que pisó Roma, cómo olía, cómo se sentía...y todo se fundió en negro.

Las pastillas habían hecho efecto.
©AC

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